lunes, 3 de agosto de 2015

Reportaje-Arturo Sánchez

El caballero que quiere vestirse de charro

Caballero en su tienda. 


Arturo Sánchez Jiménez. Cartagena.

Luis Enrique Caballero llega a su tienda de esmeraldas en la ciudad amurallada y lo primero que hace es sacar una bandera. Este colombiano de 55 años que nunca ha salido del país extiende cada mañana en la puerta de su local un lienzo verde, blanco y rojo de la nación de su niñez: México.

Nació en La Peña, Cundinamarca, en 1960. Era, recuerda, un sitio al que ni las carreteras llegaban. El que sí se daba una vuelta por el caserío era un vendedor de películas. Llevaba las que en Bogotá habían pasado de moda y las proyectaba en una sábana que cada noche era colgada en una fachada del centro del pueblo. Las vio todas: de Pedro Infante, Antonio Aguilar, María Félix. "Una buena película tenía sus buenas canciones y sus buenos muertos".

Fue con ese cine que se enamoró del país al que sintió cercano porque la vida en el campo colombiano estaba llena, asegura, de situaciones semejantes a las de las películas. "En el pueblo sembrábamos caña y hacíamos panela, que en México se llama piloncillo. Había caballos, sombreros y hombres de bigote y una que otra pelea".

La tienda de Caballero está a unos pasos de la Plaza de Santo Domingo. Se hizo de ella hace 18 años, cuando los dueños la vendían porque el negocio no funcionaba. Quiso la casualidad que su primer cliente fuera, desde luego, mexicano. Un día del 97 un grupo de hombres miraba las joyas del aparador, así que pidió a los empleados que los invitaran a entrar.

"Esos son colombianos, me dijeron. Pues no importa, hay que invitarlos, les respondí y salí a hacerlo. Yo nunca había tenido contacto directo con alguien de México, pero en cuanto los escuché decir órale supe de dónde venían". A uno de ellos, que resultó ser médico del cantante Vicente Fernández, le vendió una pieza de unos 2.500 dólares, que ahora debe valer cerca de 40.000 según sus cálculos.

Tiene muchos amigos y clientes de Baja California a Quintana Roo, pero sus relaciones mexicanas no se limitan a ellos. Conoció al expresidente Vicente Fox en 2012 y le vendió una esmeralda a un precio que prefiere no comentar; le gusta ir a comer a la Vitrola, en donde cenó un día Felipe Calderón cuando gobernaba México, y hasta halla simetrías entre su nombre, el de su pueblo natal y el del mandatario mexicano Enrique Peña Nieto.

Sueña con pasear por Dolores Hidalgo, el pueblo del Bajío donde inició la guerra de independencia de lo que entonces era la Nueva España. Conoce la historia y los nombres de los insurgentes, pero eso no le interesa tanto como que en 1926 ahí nació el compositor de “La que se fue”, José Alfredo Jiménez. Lo imagina y se suelta a cantar: “Tengo dinero en el mundo, dinero maldito que nada vale... Esa canción le gustaba a mi amigo Víctor Carranza”, el Zar de las esmeraldas, que murió en abril de 2013.

En vez de responder a preguntas sobre el hombre que durante décadas controló el negocio de las piedras preciosas en Colombia, Caballero besa el dige verde del tamaño de un limón engarzado en oro que lleva en el pecho y luego pone un video casero en el que aparece Carranza cantando otra de José Alfredo. "Extraño a Víctor", suelta.

A menudo come con el embajador de México en Colombia, Arnulfo Valdivia, y que nunca rechaza un mole, unos chiles en nogada o un tequila, aunque su estomago no le caigan nada bien.

La venta de esmeraldas se ha convertido en su puente al país norteamericano. Un día sí y otro también llegan mexicanos a su tienda, todos enviados por otros mexicanos que le compraron alguna pieza días, meses o años atrás. De las 37 joyerías que hay tras la muralla, otras cinco tienen banderas mexicanas en sus puertas, pero según sus dueños es sólo para que los turistas de México se animen a entrar, pues tienen fama de ser los principales compradores de esmeraldas al menudeo.

Está seguro de que un día pisará el suelo mexicano porque se lo ha pedido a la Virgen del Tepeyac. La guadalupana no le ha cumplido el encargo, pero cree que le ha ayudado a pagar sus deudas y que pronto, en un año o dos, le ayudará a recorrer el México blanco y negro que está en su memoria. Y se resigna cuando piensa que esa época es la que se fue.

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