miércoles, 5 de agosto de 2015

Entrevista - Dolores Curia



“Como volar en el agua: sumergirse es una experiencia vital”


Isabel Cristina Giraldo es instructora de buceo y dueña de una de las empresas especializadas en el tema más prósperas de Cartagena

Isabel en las profundidades.
El local de la instructora de buceo Isabel Cristina Giraldo en el barrio de San Diego, Cartagena Divers, es también un depósito de equipos y el hogar que comparte con su marido, Alberto, que se dedica a lo mismo. Cuando un invitado o un potencial cliente llega hasta acá es recibido por Tiberio y Mauricio. Es decir, sus dos perros que adoran el mar y son dos celebridades en el universo del buceo: la foto en la que se los ve con máscara y snorkel listos para sumergirse ha sido publicada -presentada como curiosidad- por una de las revistas más reconocidas sobre el tema, la española Inmersión. Esa foto se encuentra colgada en el sitio más visible del local decorado con escafandras de bronce, timones de tamaño real y corales de plástico.
Mauricio y Tiberio listos para sumergirse.

Cuando Isabel llega besa en la boca a uno de sus perros y se sirve el desayuno que una de sus cuatro empleadas le ha dejado preparado. Hace esta pausa entre un grupo de turistas y siguiente. Está despierta desde las cuatro de la mañana porque suele tener el primer grupo a las 6. A las 10 tiene otro “y luego ya no paro hasta las 6 de la tarde. Es un ritmo que se mantiene todo el año. La demanda es enorme y en Cartagena no hay tantos instructores de buceo profesionales. Te puedes encontrar con algún pelado que te invite a bucear. Pero no sabes si tiene certificación, si cumple las normas de seguridad, si tiene buenos equipos. Vas a ahorrar dinero, pero es un riesgo”. Cuando habla de ahorrar, se refiere a que quienes lo hacen sin certificación cobran la mitad que ella. Los precios de sus cursos van desde un “bautismo” (primera inmersión) de 500 dólares hasta uno avanzado de 900 dólares. “Aquí el buceo es buen negocio. Pero no abusamos. No le cobramos más a los extranjeros, como hacen otros”.
Isabel es de Medellín. Tuvo su primer contacto con el buceo en 1991, a los 17 años, en una piscina, que es lo que se acostumbra para las primeras prácticas, cuando no hay acceso al mar. Hace 12 años se mudó a Cartagena para sumergirse a diario: “Es mi forma de desconectarme. Como volar pero en el agua. Apta para todas las edades y mucho más seguro de lo que cree la gente. Estar en las profundidades es una experiencia vital, distinta a todo, que todos deberían tener”. En Cartagena empezó como instructora para principiantes y, entre sumergida y sumergida, “fui profundizando, subiendo niveles, que se ganan con horas abajo del agua. El primer curso es el Open Water. Le siguen el Advanced, el Rescue (primeros auxilios), el Master, el Assistant Instructor, a partir de allí se te considera profesional”. Su negocio es una franquicia de una empresa norteamericana. ¿Será por eso que Isabel se refiere a los nombres de los cursos en inglés y corrige si en la conversación alguien los traduce? “Usamos los nombres como en Estados Unidos. Inspira confianza. Como el 80 % de nuestros clientes son norteamericanos o europeos, es más fácil decirles el nombre en inglés que ponerse a explicar”.
Por las altas temperaturas del agua, entre 24 y 28 grados, en Cartagena no se encuentran grandes animales en el océano, sólo peces y corales. “Aquí lo más recomendable son islas del Rosario, Barú, el archipiélago de San Bernardo. En el Pacífico y en zonas más altas del Caribe hay más animales”. Lo mejor, dice, es el efecto sorpresa: “es imposible saber qué te vas a encontrar ahí abajo”. Cada día es distinto, aunque uno se sumerja exactamente en el mismo sitio. “Con un poco de suerte ves pulpos, rayas, tortugas, caballitos de mar. He visto muchos tiburones en otras partes. Pero en Cartagena a lo sumo, un tiburón nodriza”. Se refiere a una especie de hasta cuatro metros de largo. “Intimida porque es grande, pero he estado cara a cara con él y es inofensivo.” Los novatos se alteran con semejante presencia: “Ataques de pánico y las reacciones de miedo más vergonzosas... El peligro no es el animal en sí, sino el pánico al verlo”. Antes de pagar por un curso, la pregunta obligada del turista es si hay chances de encontrarse con uno: “Les decimos que no porque es muy difícil hacerles entender que es un animal como cualquiera. No ataca si no es atacado.” Isabel jura que ningún tiburón es peligroso, lo que pasa es que “la película Tiburón nos ha hecho mucho daño”. 

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