lunes, 3 de agosto de 2015

Reportaje – María de los Milagros Colón Cruz

Ser gay en Cartagena: un problema solo para los locales 



Balcón del bar “Le Petite” en el Centro de Cartagena


    Una bandera con seis franjas de distintos colores acompaña a la bandera colombiana en un edificio de la calle Cabal, en el Centro de Cartagena. A las 9:00 de la noche comienzan a llegar algunas parejas. No se agarran las manos. Tal vez sí la cintura. La mayoría son hombres. Se mezclan los rostros, los idiomas y los acentos en uno de los tantos bares gay en el centro histórico. Afuera parece ser distinto.

     Dos Cartagenas se levantan. La primera es muy próspera y atiende a un sector que sigue creciendo, y que ha dado paso al término “turismo gay”. El más reciente informe de la Organización Mundial del Turismo (2012) apunta que un 10% de los viajeros del mundo son homosexuales y contribuyen con el 15% de ganancias del sector. Las calles de Cartagena demuestran que esta realidad se entiende y se han ajustado a ella. Hospederías se han autodenominado “gay friendly”, ha crecido el número de bares enfocados en este sector, y una agencia de turismo especializada -ViajesColor- prepara paquetes para mejorar las experiencias internacionales de quien pueda pagarlas. El mercado ha reconocido las necesidades de un público y se esfuerza en satisfacerlas.

     Winston Chávez, de 56 años, ha vivido ambas Cartagenas -de la segunda hablaremos luego-. Comenzó a vender bebidas en la muralla a los 46. Le debe a las marcas del pasar del tiempo su apodo: El Cana. Pero no en vano, dice. Durante los diez años en los que ha satisfecho la sed de turistas en las murallas de la ciudad, dice haber observado un aumento sustancial en la presencia de parejas del mismo sexo. Tomó un descanso. Parece agotador subir las cuestas de la muralla con un carrito repleto de bebidas. Ofrece productos con alto contenido de azúcar, y cree que se ven más homosexuales debido a “los químicos en los alimentos". "Nos están envenenando.” El veneno nunca trae cosas buenas. Ante sus ojos, los "maricas" son producto de Monsanto. Aquí se  va asomando la segunda Cartagena.

     En el bar de la calle Cabal trabaja Elver Salazar, de 22 años. El viernes cumplía con sus tareas como de costumbre: servir algunos tragos, devolver algunos chistes, sonreír y que venga el próximo cliente. “Si eres gay y eres de otra parte, está bien.” Preparó algunos tragos, devolvió algunos chistes, sonrió. “Pero en Cartagena se suele discriminar a los gay locales. Permiso.” Trago, chiste, sonrisa. “Tuve un novio de Barcelona y cuando estábamos en la ciudad él se encargaba de todo.” Pedir en un restaurante o hacer una reservación es más fácil con algunas zetas bien pronunciadas y un olor distinto al caribeño. Los clientes aumentaban y ya no podía decir más.

     Es difícil percibir la segunda ciudad, la que no está en los opúsculos turísticos y no cabe en un paquete de viajes. María Camila Baquero tiene 16 años y atiende la recepción del hostal de su abuela ubicado en la calle Santo Domingo. “Aquí respetamos cualquier diferencia.” Prefiere que la llamen Camila y repite con frecuencia que es muy cercana a las situaciones que afectan a la comunidad LGBT. “Cartagena es muy dura con todo lo que sea diferente.” No luce como cualquier otra chica. Unas enormes perforaciones en sus orejas llaman la atención de los viajeros, al igual que sus uñas negras y aspecto oscuro. Comparte la satisfacción de ser diferente, se nota en la intensidad con la que defiende "al que no encaja". Leves golpes con el puño en la mesa suenan a frustración. La solidaridad parece tener tentáculos que abrazan a aquellos desplazados hacia los márgenes.

     Los números muestran lo que no se ve en la Torre del Reloj o el Portal de los Dulces. Según la organización Caribe Afirmativo, que defiende los derechos de la comunidad, los homicidios en la región Caribe aumentaron en relación al año pasado, aunque en el departamento Bolívar en el que ubica Cartagena no se han registrado casos. Dos ciudades se levantan con el mismo nombre. Una no es tan colorida como la otra y ninguna se excluye. Conviven, conversan, la segunda se disfraza, se esconde a las afueras de la muralla.

Fuente: Caribe Afirmativo

     Camila Baquero cree que el interior es más "abierto" en estos temas y que es hacia allá donde se trasladan muchas de las víctimas. Elver Salazar cree que al homosexual extranjero se le ve de otra forma por la inyección económica que podrían significar. Winston Chávez, El Cana, cree que aunque “se la pasen besándose y tocándose en público”, eso no es problema suyo. Baquero continúa atendiéndolos en el hostal, Salazar les sigue preparando los tragos y devolviendo algún chiste y El Cana vendiéndole una botella de agua a dos mil pesos. Así seguirá siendo, quizás con oros nombre.

     Salazar opina que las medidas que se han aprobado para beneficiar a este sector como el reconocimiento de la unión civil (2011) son un gran atractivo para la comunidad internacional. Como Caribe Afirmativo, ha insistido en la necesidad de garantizar más derechos y atraer más público. La intención es simple: pintar a una sola Cartagena "justa".  “Siempre trato de ver los pequeños triunfos como positivos porque la sociedad cambia lento.”

   En la calle Cabal, en el Centro de Cartagena, un viernes a las 9:00 de la noche, en un edificio donde la bandera de seis franjas de colores acompaña a la colombiana y se mezclan los rostros, los idiomas y los acentos; nada se escucha acerca de la violencia hacia la comunidad LGBT, de los transexuales obligados a prostituirse o de aquellos que se mueven de región en plan de huida.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario