Matrimonio católico por segunda vez, la historia de una nulidad
La fe cristiana abre una puerta para quienes demuestren que su boda fue un error
Lo que más le dolió a la profesora Katia Paternina Madrid,
fue quedar con fama de puta en el municipio de Turbaco (Bolívar), donde reside.
En 1987 teniendo solo un título de bachiller, contrajo matrimonio católico con
un afamado médico de aquel pueblo. La felicidad les duró 14 años: el eterno
amor se fracturó por infidelidades, maltratos verbales, engaños, y otros
delitos que figuran en decenas de papeles civiles que Katia guarda para argumentar
mejor su historia. Ella consiguió ante el Vaticano que su matrimonio fuera
declarado nulo.
Katia Paternina junto a su esposo, Jaider Murillo. FOTO: Cortesía |
La Iglesia Católica no hace divorcios como los que se ofician ante las notarías del Estado colombiano: un juez civil declara que el vínculo se disuelve y quedan hombre y mujer oficialmente con una expareja. Por el lado canónico, un juez eclesial resuelve que esa unión nunca tuvo efecto ante los ojos de Dios, que la celebración del sacramento no fue válida y por eso jamás existió un vínculo entre los contrayentes.
Son 11 álbumes de fotos que conserva Katia a sus 46 años de edad, con imágenes opacas por el paso del tiempo. Hay unas rasgadas a mano, otras tienen recortes donde se supone alguna vez estuvo la humanidad de su exesposo. En pocas aparece el médico completo. Su vista se pierde en los detalles de las fotos, por momentos es ruda con ellas y en otras se le llenan los ojos de lágrimas.
Son 11 álbumes de fotos que conserva Katia a sus 46 años de edad, con imágenes opacas por el paso del tiempo. Hay unas rasgadas a mano, otras tienen recortes donde se supone alguna vez estuvo la humanidad de su exesposo. En pocas aparece el médico completo. Su vista se pierde en los detalles de las fotos, por momentos es ruda con ellas y en otras se le llenan los ojos de lágrimas.
Así, quedan ambos ‘señoritos’.
Natal de una pequeña ciudad (Sincelejo - Sucre) con familia
comerciante acomodada de estrictos valores católicos, Katia recuerda que su tormento
no fue con las múltiples mozas de su adorado conyugue - porque afirma que
siempre lo amó, hasta el último día de convivencia- : esos que la criaron la
empujaban a soportar con paciencia los ultrajes “porque ese es el hombre que
Dios te dio”, “esa es tu cruz y debes aceptarla”, “¿quién te va a mantener con
los lujos que tienes?”, “¿qué les vas a decir a tus niñas, que su papá es un
mujeriego hijueputa?”.
El divorcio civil se legalizó en 2006, le tomó tres meses e invirtió un poco menos de $300 mil. La odisea comenzó al decidir romper hasta los
vínculos celestiales en 2008: cinco años demoró su proceso hasta obtener la
firma y sello del Papa Benedicto XVI, e invirtió alrededor de $10 millones. Una
sonrisa sale de sus labios, respira con lentitud y añade “pero valió la pena,
me siento libre”.
“Me di cuenta que en las misas dominicales la gente me
miraba extraño, algunos conocidos me negaban el saludo, poco a poco en mi grupo
de oración me quitaron responsabilidades que tenía años de llevar. Entendí cuando
en una prédica el sacerdote hablaba de los hogares rotos y el papel de la mujer
al cuidado de esposo y los hijos, y me miraba y señalaba. No dijo mi nombre
pero me estaba hablando. A mis niñas les decían a mis espaldas ‘cuidado con
seguir los caminos de tu mamá’”.
El Padre José Fernando Álvarez es Vicario Judicial de la
Arquidiócesis de Cartagena desde 2001, es quien lleva los trámites de nulidad desde
el Tribunal Regional de Barranquilla. Según las estadísticas de su despacho, del
territorio que le corresponde desde Cartagena hasta el municipio del Carmen de
Bolívar, le llegan 32 solicitudes de nulidad por año. Los casos son estudiados
de manera individual y deben resolverse en máximo 15 meses; los precios por
proceso varían dependiendo del estrato matrimonial, así hay quienes cancelan un
millón de pesos y otros nueve.
Asegura el religioso que “lastimosamente hay quienes se creen
moralmente mejor que otros, entran a juzgar sin conocer el dolor del prójimo y
toman la fe como excusa para maltratar y excluir. La Iglesia no consiente esos
comportamientos: el Papa Francisco nos ha hablado por estos días de acogida a parejas
divorciadas, de acompañamiento profundo y entendimiento”.
Katia acompañada de su esposo Jaider y dos de sus hijas, Lia y Loredana. FOTO: Cortesía |
El primero de noviembre de 2013, Katia se casó ante la
Iglesia Católica vestida de blanco como una dama, con un docente que por cosas
del destino se guardó sin hijos y sin esposa. Nadie de Sincelejo vino a la boda
ni la llamaron, aunque los invitó a todos. Asiste a otro templo donde aceptan el
peso de su historia, sus hijas hoy hechas adultas y su esposo tienen un lugar. Su
‘ex’ convivió con una bacterióloga por siete años y volvió a divorciarse, para
finalmente casarse el cuatro de julio de 2015 por la Iglesia con una fisioterapeuta
26 años menor que él.
Su caso es como un cuento popular que se propaga entre sus
conocidos. Se ha encargado de contarlo sin perder detalles para que quienes pasen
por una situación similar, puedan encontrar respuestas claras. La exclusión sigue
presente en su nueva vida, no falta quienes les reclamen ‘mayor discreción’ en
las agarradas de manos, los besos en público y las expresiones de cariño. Ya
eso no le importa ni le hiere. “Hay que luchar por ser felices. Hoy estoy
tranquila con el hogar que siempre quise rodeada de un esposo tierno y mis
hijas que me apoyan en todo”, concluye Katia.
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