viernes, 7 de agosto de 2015

Reportaje 2, por Laura José

Matrimonio católico por segunda vez, la historia de una nulidad


La fe cristiana abre una puerta para quienes demuestren que su boda fue un error


 Por Laura José Martínez 


Lo que más le dolió a la profesora Katia Paternina Madrid, fue quedar con fama de puta en el municipio de Turbaco (Bolívar), donde reside. En 1987 teniendo solo un título de bachiller, contrajo matrimonio católico con un afamado médico de aquel pueblo. La felicidad les duró 14 años: el eterno amor se fracturó por infidelidades, maltratos verbales, engaños, y otros delitos que figuran en decenas de papeles civiles que Katia guarda para argumentar mejor su historia. Ella consiguió ante el Vaticano que su matrimonio fuera declarado nulo.

Katia Paternina junto a su esposo, Jaider Murillo. FOTO: Cortesía
La Iglesia Católica no hace divorcios como los que se ofician ante las notarías del Estado colombiano: un juez civil declara que el vínculo se disuelve y quedan hombre y mujer oficialmente con una expareja. Por el lado canónico, un juez eclesial resuelve que esa unión nunca tuvo efecto ante los ojos de Dios, que la celebración del sacramento no fue válida y por eso jamás existió un vínculo entre los contrayentes.

Son 11 álbumes de fotos que conserva Katia a sus 46 años de edad, con imágenes opacas por el paso del tiempo. Hay unas rasgadas a mano, otras tienen recortes donde se supone alguna vez estuvo la humanidad de su exesposo. En pocas aparece el médico completo. Su vista se pierde en los detalles de las fotos, por momentos es ruda con ellas y en otras se le llenan los ojos de lágrimas.

Así, quedan ambos ‘señoritos’.

Natal de una pequeña ciudad (Sincelejo - Sucre) con familia comerciante acomodada de estrictos valores católicos, Katia recuerda que su tormento no fue con las múltiples mozas de su adorado conyugue - porque afirma que siempre lo amó, hasta el último día de convivencia- : esos que la criaron la empujaban a soportar con paciencia los ultrajes “porque ese es el hombre que Dios te dio”, “esa es tu cruz y debes aceptarla”, “¿quién te va a mantener con los lujos que tienes?”, “¿qué les vas a decir a tus niñas, que su papá es un mujeriego hijueputa?”.
El sacerdote José Fernando Álvarez en su despacho parroquial
del Templo de Santo Toribio (Centro Histórico de Cartagena).
Detrás de él, los libros con las actas matrimoniales.
FOTO: Laura José Martínez

El divorcio civil se legalizó en 2006, le tomó tres meses e invirtió un poco menos de $300 mil. La odisea comenzó al decidir romper hasta los vínculos celestiales en 2008: cinco años demoró su proceso hasta obtener la firma y sello del Papa Benedicto XVI, e invirtió alrededor de $10 millones. Una sonrisa sale de sus labios, respira con lentitud y añade “pero valió la pena, me siento libre”.

“Me di cuenta que en las misas dominicales la gente me miraba extraño, algunos conocidos me negaban el saludo, poco a poco en mi grupo de oración me quitaron responsabilidades que tenía años de llevar. Entendí cuando en una prédica el sacerdote hablaba de los hogares rotos y el papel de la mujer al cuidado de esposo y los hijos, y me miraba y señalaba. No dijo mi nombre pero me estaba hablando. A mis niñas les decían a mis espaldas ‘cuidado con seguir los caminos de tu mamá’”.

El Padre José Fernando Álvarez es Vicario Judicial de la Arquidiócesis de Cartagena desde 2001, es quien lleva los trámites de nulidad desde el Tribunal Regional de Barranquilla. Según las estadísticas de su despacho, del territorio que le corresponde desde Cartagena hasta el municipio del Carmen de Bolívar, le llegan 32 solicitudes de nulidad por año. Los casos son estudiados de manera individual y deben resolverse en máximo 15 meses; los precios por proceso varían dependiendo del estrato matrimonial, así hay quienes cancelan un millón de pesos y otros nueve.

Asegura el religioso que “lastimosamente hay quienes se creen moralmente mejor que otros, entran a juzgar sin conocer el dolor del prójimo y toman la fe como excusa para maltratar y excluir. La Iglesia no consiente esos comportamientos: el Papa Francisco nos ha hablado por estos días de acogida a parejas divorciadas, de acompañamiento profundo y entendimiento”.

Katia acompañada de su esposo Jaider y dos
de sus hijas, Lia y Loredana.
FOTO: Cortesía
El primero de noviembre de 2013, Katia se casó ante la Iglesia Católica vestida de blanco como una dama, con un docente que por cosas del destino se guardó sin hijos y sin esposa. Nadie de Sincelejo vino a la boda ni la llamaron, aunque los invitó a todos. Asiste a otro templo donde aceptan el peso de su historia, sus hijas hoy hechas adultas y su esposo tienen un lugar. Su ‘ex’ convivió con una bacterióloga por siete años y volvió a divorciarse, para finalmente casarse el cuatro de julio de 2015 por la Iglesia con una fisioterapeuta 26 años menor que él.


Su caso es como un cuento popular que se propaga entre sus conocidos. Se ha encargado de contarlo sin perder detalles para que quienes pasen por una situación similar, puedan encontrar respuestas claras. La exclusión sigue presente en su nueva vida, no falta quienes les reclamen ‘mayor discreción’ en las agarradas de manos, los besos en público y las expresiones de cariño. Ya eso no le importa ni le hiere. “Hay que luchar por ser felices. Hoy estoy tranquila con el hogar que siempre quise rodeada de un esposo tierno y mis hijas que me apoyan en todo”, concluye Katia.

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