viernes, 7 de agosto de 2015

Reportaje II - Steffan Bohorquez

REPORTAJE: El museo de arte moderno de cartagena
El payaso espera detrás de la puerta
Los visitantes poco a poco vuelven al museo luego de su crisis económica.


El museo abre a las nueve de la mañana.

En la entrada del Museo de Arte Moderno, un Gabriel García Márquez joven y acartonado recibe a los pocos visitantes, les cuenta: Aquí solo falta un payaso pintado en la pared, un relato exclusivo para el lugar. Una historia de cómo las obras deambularon por toda Cartagena  antes de reunirse. Ese destino estuvo por repetirse, las puertas del museo estuvieron por cerrarse. Las obras de Enrique Grau, Cecilia Porras, Eduardo Ramírez y Alejandro Obregón por poco regresan al exilio itinerante. Pero los pasillos siguen solos y las obras siguen contemplándose entre sí mismas.

“El relato Aquí solo falta un payaso pintado en la pared está escrito con la llegada de la colección fundante a este museo, la primera exposición de arte moderno en 1954 organizada por José Gómez Cicre” dice Albertina Cavadia, historiadora y miembro del grupo de apoyo del museo. “El edificio era un despacho de archivadores –agrega– un edificio de arquitectura colonial que luego se expandió junto con el edificio de estilo republicano, lo que llama la atención a quienes vienen”. Los visitantes se fijan en aquel contraste de mientras contemplan las colecciones de Enrique Grau, Ramírez Villamizar, Cecilia Porras y la colección de maestros latinoamericanos.

Museo de Arte Moderno de Cartagena (2014) - Cortesía
En el relato, Gabriel García Marquéz alude a Cecilia Porras (1920-1971), una artista cartagenera situada entre el figurativismo  y la abstracción. La anécdota se refiere a un payaso que Porras pintó tras la puerta de un payaso “de tamaño real” en una cantina de Getsemaní. García Marquéz cuenta que el payaso no regresaría. La historia es un cuadro más de la colección, el misterio de su existencia atrae.  El payaso esperará detrás la puerta.

El museo por poco se cierra. Los costos de mantenimiento casi destierran la posibilidad de volver a encontrar al payaso. Por su ubicación –Plaza San Pedro Claver, centro amurallado– el museo paga entre cuatro y seis millones de pesos en servicios públicos por mes. “A diferencia de una galería que vende los cuadros, la función de un museo es exhibir un colección y cuidarla” dice Yolanda Pupo Mogollón, directora del museo. “No es fácil –agrega– el museo antes no era sostenible, pero ya lo hemos entendido y con el grupo de apoyo del museo estamos buscando nuevas alianzas”. (Ver: S.O.S Museo de Cartagena)

Los trabajadores del museo se preparan frente al nuevo horizonte. “No se estaba haciendo una gestión adecuada en cuanto a los proyectos, la gestión ha cambiado. –Dice Carmen Barrios, coordinadora administrativa. – El Museo se sostenía por apoyos institucionales, pero la gestión cultural demanda que la financiación venga de proyectos y no habíamos entendido eso”.

En el museo hay quienes trabajan en el museo y quienes trabajan por el museo. Solo tres empleados reciben un salario, la coordinadora admirativa, el encargado de montaje y el mensajero, reciben un poco más que lo mínimo ($644.350) y a veces se intercambian las labores. La directora y la junta de apoyo, conformado por historiadores, artistas, curadores, trabajan ad honorem.

La entrada al museo cuesta cinco mil pesos, tres mil para estudiantes. En el día al menos diez visitantes logran ver el figurativismo de Cecilia Porras, la abstracción de Ramírez Villamizar, o las esculturas de Grau, seis son extranjeros y cuatro son locales. No hay guías, los asistentes deben descargar Soundwalker una aplicación (disponible en Play Store y App Store) para sus celulares y una voz les reseñará las obras por dónde camina, menos el payaso pintado detrás la puerta.

El museo cierra a las seis de la tarde.



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