viernes, 7 de agosto de 2015

Reportaje - Tania Flórez

           ¿Adónde van los niños pobres y ciegos?


El colegio público Olga González Arraut educa a niños ciegos de Cartagena sin el apoyo de la Alcaldía. 



Andrea Berrío Berrío, de 11 años, debe viajar una hora en bus  para llegar a su colegio.  Es ciega y ninguno de las instituciones educativas públicas de Cartagena que recibe a niños con discapacidades queda cerca a su casa. Son $7.200 diario y $144 mil mensuales en gastos de transporte para su familia, que apenas alcanza el salario mínimo ($616.000).
"Vivo en San José de los Campanos y mi mamá me lleva y me trae todos los días, vale la pena llegar hasta aquí porque he aprendido mucho" dice sonriente Andrea que tiene ambos ojos nublados.
De los 104 colegios oficiales de la ciudad solo 18 atienden a niños con limitaciones, uno de ellos es el Olga González Arraut, en el barrio Alto Bosque,  que forma a 22 estudiantes ciegos y con trastorno de baja visión de estratos 1 y 2. En esta institución hay 37 escolares más que padecen de trastornos motrices, cognitivos e hipoacucia (sordera).
La institución dispone de un equipo de especialistas formado por dos licenciados en educación especial, un fonoaudilologo y un sicólogo,  pero nada más; no hay recursos para la cajas de Braille ni para punzones, ni para pizarras ni ábacos cerrados, ni para ningún otro elemento de enseñanza para ciegos; tampoco para adecuar los espacios de aprendizaje de manera que sean aptos para los discapacitados.
Elementos para el aprendizajee de Braille.


"Algunos de los materiales de enseñanza que tenemos fueron donandos por el Instituto Nacional de Ciegos, otros los compramos con dinero del fondo docente o los hicieron las mismas maestras. Nosotros trabajamos con las uñas". asegura Olga Elvira Acosta, rectora de la institución y agrega que "el año pasado la Secretaría de Educación había presupuestado un dinero para comprar materiales didácticos  y nunca llegó" .
En el Olga González los niños con limitaciones no tienen distinción alguna; están en el mismo salón con los demás, juegan a las misma cosas y acatan las mismas normas. Todo como parte de un plan de inclusión que además de garatinzar un derecho a los menos favorecidos, sensibiliza a los niños sobre cómo apoyar a sus pares con limitaciones.
"Los niños no discriminan, ellos se integran rápidamente, quienes marcan diferencia son los adultos", afirma Amparo Buelvas, educadora especial quien padece de baja visón. "Es una experiencia gratificante por la posibilidad de enseñarles cosas que yo no aprendí cuando lo necesitaba". Ella junto a  Maria Isabel Arrieta son las profesoras de  apoyo en el aula.
Amparo Buelvas docente invidente

"Adaptamos en Braille el contenido de cada clase para facilitar el aprendizaje a los niños. A los más pequeños les enseñamos pre Braille, a que reconozcan los espacios del colegio, conozcan su cuerpo y ubicación en general", explica Arrieta de 64 años.
Los menores reciben asesoria sicológica para entender su condición y cómo interactuar con los demás. Las familias también son vinculadas para que aprendar cómo apoyar el proceso de aprendizaje. "Hay padres que sí están compremetidos y otros no tanto, la idea es enamorarlos y explicarles que deben facilitar la situaciones que enfrenta el estudiantes", afirma la maestra Amparo.
"Trabajar con niños ciegos es un gran desafío porque no solo se trata de inclusión sino de acompañamiento a procesos que tienen que ver con el desarrollo integral de ellos como el acceso a programas de salud que los padres no saben cómo obtener o que no ofrece la EPS, entonces nos toca orientarlos para que se beneficien de esos servicios", dice la rectora. 
Ella confía en que a futuro la escuela sea adecuada con olores y texturas para facilitar el aprendizaje de los ciegos... o que al menos lleguen los recursos prometidos.

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