Venganza o justicia
La práctica de
linchar a supuestos agresores se populariza en Cartagena
Con golpes se
canaliza la rabia y la frustración. El calor del medio día se fractura por los
gritos que recorren las calles del barrio Villa Estrella, al suroccidente
de la ciudad. “¡Cójanlo, ratero, mátenlo!”. Las voces se convierten en un
coro que pide justicia ante un supuesto delito que acaba de ocurrir. “¡No he
hecho nada, yo no soy el ratero!”. Grita un joven de unos 20 años huyendole a
la turba.
Ver video: linchamiento en Villa Estrella - Cartagena.
Esto se presentó el
domingo 9 de agosto y aunque no hay cifras oficiales que determinen cuántos
casos de linchamiento se presentan en la ciudad, expertos aseguran que el
resentimiento o acumulación de rabia por parte de víctimas, sale a flote en
estas situaciones; como un estado de superioridad, una especie de venganza para
uno de los tantos victimarios que merodean la calles, cual depredador espera
por su presa. A una multitud enardecida por la ira, poco o nada le importa el
delito en el que puedan incurrir al participar de un linchamiento y en muchos casos
lo desconocen. Linchar o golpear a una persona, en cualquier situación, viola
el principio a la dignidad humana, establecido en el artículo 1ro del código
penal de la constitución. Hacerlo puede dar lugar a que un juez diga que una
captura ilegal y el detenido puede quedar en libertad. Como fue el caso.
Ver video: testimonios de personas a favor del linchamiento
Rosiris García
Rodríguez (47 años) es dueña de la casa donde se refugió el joven que
intentaban linchar. No está muy segura de haber hecho lo correcto y lo
expresaba en su rostro “En el barrio me dicen ‘alcahueta, sapa, metida’, porque
lo defendimos. “No sé qué va a pasar ahora”.
En Cartagena cada
semana se capturan 5 personas por hurto, el 70% de los casos se denuncian y el
otro 30% no, según cifras de la Policía Metropolitana. “Cuando le explicamos a las
víctimas el proceso para denunciar, muchas nos dicen ‘déjalo que a ese yo me lo
pillo por la calle y me lo casco, le voy a hacer su daño pa’ que sea serio’;
creen que la denuncia es algo complicado y una pérdida de tiempo, además, que
la justicia falla y no van aplicar medidas contra su victimario”, asegura Pedro
Díaz Pacheco, Fiscal Primero Especializado.
La desconfianza en
las autoridades es una de la principales razones para tomar la justicia “por
las propias manos” eso es lo que piensa Jaime Leal, economista de 30 años “en
Colombia los delincuentes usan las fallas de nuestro sistema penal para seguir
delinquiendo, está bien que los linchen porque la justicia Colombiana no
funciona”.
Así como él, muchas
de las que han sido víctimas de delitos de menor instancia - los que
requieren de una denuncia para que el poder público pueda perseguirlos -
como robos o atracos, hacen metástasis en su paciencia y se toman medidas
extremas, ante lo que para ellos es ineficiencia de la justicia. Ejemplo
es el del barrio El Rodeo, suroccidente de la ciudad; en donde fueron ubicadas
9 compuertas para cerrar la zona residencial, con el fin de “espantar a los
bandidos”. Fue una inversión de 10 millones de pesos, aportados por cerca de
las 400 familias residentes del sector, se estipuló un aporte de 50 mil pesos
por cada una, aunque no todas lo hicieron.
Alonso Torres
García, de 64 años, es el tesorero de la Junta de la Acción Comunal del barrio.
“La gente al principio estaba dudando del sistema, pero hoy en día todo el mundo
está contento porque está funcionando. Se lincharon varios, incluso, se les
quemaron las motos, ya estábamos cansados” concluye con voz fuerte, mirada
penetrante y su mano derecha empuñada.
En una de las
entradas del barrio y bajo la sombra del techo de una de sus casas, está Jaime
Alonso Pérez, de 50 años, vigilante que recibe su pago del aporte mensual de 40
mil pesos que da la comunidad. “Nos tenían azotados, esto-compuertas- se ha
venido implementando en varios barrios ya que la inseguridad es tremenda, aquí
habían como siete atracos en el día, ya no hay” dice mientras se resguarda del
inclemente sol del medio día. ¡Jaime, échame un ojiito a la casa! Le grita la
vecina del frente mientras sale dejando la puerta sin seguro. “Ahora vengo”.
La otra cara de la
moneda
Alias “El Fantasma”
tiene 20 años y se dedica al mototaxismo. Dice que de vez en cuando, si le dan
“papaya” o ve “ un blanco” roba, lo hace con un navaja para tener cómo
“algaretiarse”, y resalta que otros lo hacen por necesidad. “La cuestión no es
de pensarlo sino de hacerlo, que tú tengas el corazón para hacerlo, y ¡pum!,
vas pa´ esa enseguida, la mejor hora es en la tarde, como a las dos que los
tombos - policías - estén recogidos, almorzando o cambiando de turno o en altas
horas de la noche, a las seis hay mucho retén”, dice sentado en frente de su
casa y con la mirada algo ocultada por una gorra, como la que usan los
reguetoneros.
“Yo soy consciente
de que la gente ya se está aburriendo, y a veces siento miedo de
que me cojan, más que a la Policía, aunque eso también depende del estado en el
que uno esté, cuando uno está muy drogado no le importa na´ y va pa’ la que
sea”. Continúa: “Yo tengo un hermano mayor que es diseñador gráfico”. Queda en
silencio.“Es mi ejemplo, es sano, yo pienso en dejar lo malos pasos y algún día
ser como él”.
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