miércoles, 12 de agosto de 2015

Reportaje: Evelyn Díaz y Laura Martínez

Venganza o justicia

 La práctica de linchar a supuestos agresores se populariza en Cartagena

Con golpes se canaliza la rabia y la frustración. El calor del medio día se fractura por los gritos que recorren las calles del barrio Villa Estrella, al suroccidente  de la ciudad. “¡Cójanlo, ratero, mátenlo!”. Las voces se convierten en un coro que pide justicia ante un supuesto delito que acaba de ocurrir. “¡No he hecho nada, yo no soy el ratero!”. Grita un joven de unos 20 años huyendole a la turba.

Ver video: linchamiento en Villa Estrella - Cartagena.


Esto se presentó el domingo 9 de agosto y aunque no hay cifras oficiales que determinen cuántos casos de linchamiento se presentan en la ciudad, expertos aseguran que el resentimiento o acumulación de rabia por parte de víctimas, sale a flote en estas situaciones; como un estado de superioridad, una especie de venganza para uno de los tantos victimarios que merodean la calles, cual depredador espera por su presa. A una multitud enardecida por la ira, poco o nada le importa el delito en el que puedan incurrir al participar de un linchamiento y en muchos casos lo desconocen. Linchar o golpear a una persona, en cualquier situación, viola el principio a la dignidad humana, establecido en el artículo 1ro del código penal de la constitución. Hacerlo puede dar lugar a que un juez diga que una captura ilegal y el detenido puede quedar en libertad. Como fue el caso.

Ver video: testimonios de personas a favor del linchamiento





Rosiris García Rodríguez (47 años) es dueña de la casa donde se refugió el joven que intentaban linchar. No está muy segura de haber hecho lo correcto y lo expresaba en su rostro “En el barrio me dicen ‘alcahueta, sapa, metida’, porque lo defendimos. “No sé qué va a pasar ahora”.

En Cartagena cada semana se capturan 5 personas por hurto, el 70% de los casos se denuncian y el otro 30% no, según cifras de la Policía Metropolitana. “Cuando le explicamos a las víctimas el proceso para denunciar, muchas nos dicen ‘déjalo que a ese yo me lo pillo por la calle y me lo casco, le voy a hacer su daño pa’ que sea serio’; creen que la denuncia es algo complicado y una pérdida de tiempo, además, que la justicia falla y no van aplicar medidas contra su victimario”, asegura Pedro Díaz Pacheco, Fiscal Primero Especializado.

La desconfianza en las autoridades es una de la principales razones para tomar la justicia “por las propias manos” eso es lo que piensa Jaime Leal, economista de 30 años “en Colombia los delincuentes usan las fallas de nuestro sistema penal para seguir delinquiendo, está bien que los linchen porque la justicia Colombiana no funciona”.

Así como él, muchas de las que han sido víctimas de delitos de menor instancia - los que  requieren de una denuncia para que el poder público pueda perseguirlos - como robos o atracos, hacen metástasis en su paciencia y se  toman medidas extremas, ante lo que para ellos es  ineficiencia de la justicia. Ejemplo es el del barrio El Rodeo, suroccidente de la ciudad; en donde fueron ubicadas 9 compuertas para cerrar la zona residencial, con el fin de “espantar a los bandidos”. Fue una inversión de 10 millones de pesos, aportados por cerca de las 400 familias residentes del sector, se estipuló un aporte de 50 mil pesos por cada una, aunque no todas lo hicieron.

La Oficina de Espacio Público del Distrito, no dio permiso para la instalación de las compuertas en El Recreo porque violaban el derecho al libre circulamiento. Pero la comunidad argumentó que si no les garantizaban el derecho a la vida, ¿acaso la circulación de particulares era más apremiante?
FOTO: Evelyn Díaz
Alonso Torres García, de 64 años, es el tesorero de la Junta de la Acción Comunal del barrio. “La gente al principio estaba dudando del sistema, pero hoy en día todo el mundo está contento porque está funcionando. Se lincharon varios, incluso, se les quemaron las motos, ya estábamos cansados” concluye con voz fuerte, mirada  penetrante y su mano derecha empuñada.

En una de las entradas del barrio y bajo la sombra del techo de una de sus casas, está Jaime Alonso Pérez, de 50 años, vigilante que recibe su pago del aporte mensual de 40 mil pesos que da la comunidad. “Nos tenían azotados, esto-compuertas- se ha venido implementando en varios barrios ya que la inseguridad es tremenda, aquí habían como siete atracos en el día, ya no hay” dice mientras se resguarda del inclemente sol del medio día. ¡Jaime, échame un ojiito a la casa! Le grita la vecina del frente mientras sale dejando la puerta sin seguro. “Ahora vengo”.

La otra cara de la moneda
Alias “El Fantasma” tiene 20 años y se dedica al mototaxismo. Dice que de vez en cuando, si le dan “papaya” o ve “ un blanco” roba, lo hace con un navaja para tener cómo “algaretiarse”, y resalta que otros lo hacen por necesidad. “La cuestión no es de pensarlo sino de hacerlo, que tú tengas el corazón para hacerlo, y ¡pum!, vas pa´ esa enseguida, la mejor hora es en la tarde, como a las dos que los tombos - policías - estén recogidos, almorzando o cambiando de turno o en altas horas de la noche, a las seis hay mucho retén”, dice sentado en frente de su casa y con la mirada algo ocultada por una gorra, como la que usan los reguetoneros.

“Yo soy consciente de que la gente ya se está aburriendo, y  a veces  siento miedo de que me cojan, más que a la Policía, aunque eso también depende del estado en el que uno esté, cuando uno está muy drogado no le importa na´ y va pa’ la que sea”. Continúa: “Yo tengo un hermano mayor que es diseñador gráfico”. Queda en silencio.“Es mi ejemplo, es sano, yo pienso en dejar lo malos pasos y algún día ser como él”.

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