Cuando la salsa no se escucha
En 1968 un nuevo género musical llegó a los oídos
del comerciante Fidel Lotteau: la salsa. Desde entonces el ritmo se escucha en el
bar “Donde Fidel”. El lugar es el más popular entre turistas y gente local. Grupos
de salsa, presidentes, futbolistas, actores. A su paso por la ciudad amurallada
todos buscan un retrato con Fidel, el embajador de la salsa en Cartagena. Cada
noche el establecimiento recibe la visita del mundo. Fidel está consciente de
ello. Pero, ¿qué sucede cuando la salsa no se escucha dentro del lugar? Sentado
en una silla frente a la barra, Fidel platica lo que hace cuando no se
encuentra en el rincón de música que le llevó tantos años levantar.
Cartagena
Adrián Roa M.
Fidel Lotteau Hernández
sigue al pie de la letra la regla: al cliente lo que pida. Ésa es su máxima y después
no hay más. Así de sencillo es Fidel. “La mejor publicidad es la que se hace de
boca en boca”. Y saca una lengua larga que apoya con el índice. “El cliente
habla por eso hay que darle lo que pide”.
Cuando la salsa no se escucha Foto: Adrián Roa M. |
Cuando la salsa no
se escucha el Reloj de la Torre gana volumen. La campana suena en la Plaza de
los Coches. Es medio día y las puertas del bar se encuentran aún cerradas. Falta
una hora para abrir. Adentro, una mujer friega el suelo y ordena las sillas.
Una más se concentra haciendo cuentas detrás de la barra. Un vendedor entrega
cuatro bolsas de hielo.
“Con tantos años
aquí uno ya no vive sino a través de esto. Desde que abro los ojos en mi cama estoy
pensando en que el negocio prevalezca. Estoy pendiente a detalles que hagan
falta”. Cuando Fidel no está en el local se encuentra buscando ideas. En
teatros, cines, restaurantes, no importa dónde.
“Una vez yo vi una
silla que me gustó. Miré y examiné la silla. Después nos metimos en internet.
Descubrimos que sólo había en Europa”. Un amigo de Cartagena le aseguró que en
cincuenta días le construía treintaicinco de ellas. “Tienen que quedar igualiticas”,
contestó. El tiempo establecido venció y todavía no se las entregan.
“Sigo esperando pero
hago todo lo que mi vista puede captar en beneficio del sitio, aunque tenga que
sacrificar plata”.
Fidel es de tez
negra. No así su cabello que está cubierto de canas. Es tauro y en su ropero
sólo tiene camisas de cuello con rayas de colores. No sabe a ciencia cierta
cuántas fotografías cuelgan de las paredes del lugar.
A Fidel lo han
visitado el pibe Valderrama y el guardameta Óscar Córdoba. El expresidente Álvaro
Uribe y Andrés Pastrana también. La alcaldesa de Barranquilla Elsa Noguera y el
de Bogotá, Gustavo Petro. En todas las imágenes Fidel porta una camisa de
cuello con rayas de colores. Así de sencillo es Fidel.
Cuando la salsa no
se escucha Fidel acaricia al Zorrillo. “Es un perro de la calle que se mete acostar
aquí. Es por el aire que tenemos”. Descalzo se dirige al equipo de sonido.
Según recuerda es lo contrario al tragamonedas con el que empezó hace más de
treinta años.
“Este equipo de
sonido está dividido en cuatro secciones: aquí, allá, en el segundo piso y
afuera. Cada sección es independiente pero unido a la vez”. Fidel enciende el
aparato. Le tiembla la mano para aumentar el volumen. La salsa comienza a sonar.
Fidel tiene seis hijos:
tres tienen vínculos con el negocio, los otros tres viven fuera del país. Fidel
nunca ha estado en Nueva York, donde “explotó la salsa”. Hace dos años estuvo
interno en una clínica por tener líquido en un pulmón. Pero ahora está mejor. A
Fidel sólo le importa el rincón de música donde ahora entran los primeros
visitantes.
Antes de que la
salsa se escuche Donde Fidel, el dueño no hace más que pensar en la comodidad
del cliente. “Si quieres entrevista a ellos para que te contesten sobre la
clase de lugar donde estás”. Y enseguida grita: ¡Qué viva Fidel, pero el de la
salsa!”.
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